La suerte del ave Fénix
3 septiembre, 2014 Deja un comentario
Clara Maylín Castillo
En el contexto de la última edición de Primavera Teatral – con la que celebró sus 35 años el Guiñol Pequeño Príncipe de Bayamo – a no pocos nos dejó una impresión de decadencia la proyección del colectivo anfitrión. El grupo que tiempo atrás cautivara al público infantil con clásicos como “Meñique”, “El principito” y “La pulga sabionda”, no lucía vitalidad con un estreno en cartelera, sino arrastraba un repertorio limitado que hoy se reduce apenas a cuatro obras.
El aliento agónico de la compañía no ha tenido germen en la desidia de sus miembros. Ha sido el resultado natural de un reiterado éxodo de actores, la ausencia de un director artístico avezado, la precariedad y la falta de un attrezzista, elemento este que los impele a combinar las dotes histriónicas con tentativas de costura, carpintería y otras funciones que exceden por mucho los compromisos individuales.
La reciente incorporación de Belkis López Vergel al grupo ha devenido “una gran inyección en cuanto a resultado artístico”, según declaraciones de la propia directora general, Yulieski Pérez Rodríguez. Su experiencia en la formación de actores con la línea estética del colectivo, en el montaje de piezas, así como sus más de diez años en la dirección del Guiñol durante la primera década del presente siglo, bastan para forjar conjeturas optimistas en relación al futuro del Guiñol.
Bajo su liderazgo artístico, ya el grupo trabaja en el montaje de dos obras que debe estrenar y reestrenar, respectivamente, antes de diciembre: “Retablo de un pueblo roto” de los autores Raudel Morales y Maya Sotolongo, ambos de Santa Clara, y “Mayito el de la mula” del dramaturgo capitalino Julio Cordero.
A juicio de López Vergel, recobrar el esplendor de tiempos remotos, con las piezas que les dieron mayor popularidad, es un sueño prácticamente utópico, pues tienen en contra el deterioro de las escenografías, el alto costo de una restauración y la insuficiencia de actores.
Precisamente incrementar el elenco actoral constituye la demanda más perentoria que hace el grupo al Consejo de las Artes Escénicas en Granma. Su satisfacción sería la catapulta a un nivel superior de producción, aunque seguirían bregando con la necesidad material.
Consciente de sus limitaciones y esperanzado en un renacimiento más o menos inmediato, el Guiñol Pequeño Príncipe aspira a conseguir que los menores desoigan los cantos de sirena de las nuevas tecnologías para correr tras el títere, a volver a ocupar el sitial de antaño en la preferencia de su público. Por lo visto, las ideas están, la energía se sobra; queda resolver dificultades puntuales a otras instancias.
Tal vez el grupo emblemático del teatro infantil local pueda lograr el anhelado “renacer”, o quizás el empeño se quede simplemente en una leve mejoría. Vaticinar al respecto es demasiado arriesgado. A fin de cuentas, la suerte del ave fénix no es gratuita.